lunes, 31 de agosto de 2009

Intentando reconocerme en mis propias raíces, me adueñe de las fotografías antiguas familiares, vislumbrando un reflejo, como una estrella fugaz, esa partícula de tiempo que se muestra. Así me di cuenta que las fotografías están investidas de un valor singular (como un tesoro). Se muestra la historia y la identidad con signos que hablan de continuidad que perduran en el tiempo.
Mi búsqueda de la magia en la realidad se hizo tangible al observar mi historia familiar en donde lo real se une a lo real maravilloso. Desde el momento en que la huella es producida por el impacto de los rayos luminosos en la emulsión fotográfica.
La posesión de la propia imagen ha sido desde siempre una de las mayores aspiraciones del ser humano. El retrato se convierte en un fetiche mágico, que reafirma nuestra existencia y asegura la presencia en este mundo, más allá de nuestra propia desaparición física. Una forma de exorcizar a la muerte. Un acceso a la eternidad.
Esa realidad cotidiana, el hacerse un retrato y quedarse con una parte de tiempo del pasado, desdoblarse o trasladarse en el tiempo en el aquí y ahora es un acto que une el pasado con el presente, como un túnel que viaja a través del tiempo. Esta huella es una unidad de la memoria, físicamente una reacción química, una información almacenada del recuerdo, la magia que viaja en el tiempo que esta enlazada al universo.
La magia es una mas de tantas realidades, así la fotografía es el material tangible y la huella, que contiene su propia magia, algo fantástico que no asombra a la realidad cotidiana formando parte de ella, tornándose un acontecimiento maravilloso.

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